1. EL INFIERNO
hermosura puede todavía llegar a ser tan deslumbrante
y abarcadora que sólo un paso la separa del Cielo"
La oscuridad
" Tu viaje hacia la oscuridad ha sido largo y penoso,
y te has adentrado muy profundamente en ella."
Lo que sucedió con mi generación fue que nunca crecimos. El problema no es que estemos perdidos o seamos apáticos, narcisistas o materialista. El problema es que nos sentimos aterrados.
Muchos sabemos que tenemos lo que se necesita: la presencia, la educación, el talento, las credenciales... Pero en ciertos dominios estamos paralizados. No nos detiene algo de afuera, sino algo de adentro. Nuestra opresión es interna. No nos refrena el gobierno, ni el hambre ni la pobreza. No tenemos miedo de que nos envía a Siberia. Tenemos miedo, y punto. Tenemos miedo de que nuestra relación de pareja no sea la que necesitamos, o de sí lo sea. Tenemos miedo de no gustar a los demás o de gustarles. Tenemos miedo del fracaso o del éxito. Tenemos miedo de morirnos jóvenes y también de envejecer. Tenemos más miedo de la vida que de la muerte.
Se diría que habríamos de sentir cierta compasión por nosotros mismos, inmovilizados como estamos por cadenas emocionales, pero no es así. Sólo nos sentimos avergonzados de nosotros mismos, porque pensamos que a estas alturas deberíamos ser mejores. A veces cometemos el error de creer que los demás no tienen tanto miedo como nosotros,y eso sólo sirve para asustarnos más. Quizás ellos sepan algo que nosotros no sabemos. Tal vez nos falte algún cromosoma.
En nuestros días está de moda culpar prácticamente de todo a los padres. Pensamos que por su culpa tenemos tan poca autoestima. Si ellos hubieran sido diferentes, estaríamos rebozantes de amor por nosotros mismos. Pero si te fijas bien en la forma en que te trataban tus padres, verás que - salvo casos extremos - cualquier maltrato que hayas recibido en el pasado de ellos era leve si lo comparas con la forma en que te maltratas tú hoy. Es verdad que quizá tu madre te haya dichos muchas veces:
- Jamás serás capaz de hacer eso.
Pero lo que tú te dices ahora es:
- Eres idiota. Nunca haces nada bien. La cagaste. Te odio.
Quizás ellos nos hayan tratado mal, pero nosotros somos crueles.
Nuestra generación se ha hundido en un autoaborrecimiento apenas disimulado. Y siempre, desesperadamente incluso, es tamos buscando una salida, ya sea por la vía del crecimiento o por la de la huida. Tal vez con este diploma lo consigamos, o con este trabajo, este seminario, este terapeuta, esta relación, esta dieta o este proyecto.
Pero con demasiada frecuencia la medicina no llega a curarnos, y las cadenas se hacen cada vez más gruesas y estrechas. Los mismos seriales se repiten con diferentes personas en diferentes ciudades. Empezamos a darnos cuenta de que el problema somos, de alguna manera, nosotros mismos, pero no sabemos qué hacer con ese descubrimiento. No tenemos suficiente poder para frenarnos. Todos lo saboteamos, todo lo abortamos: nuestra carrera, nuestras relaciones, hasta nuestros hijos. Bebemos, nos drogamos, controlamos, nos obsesionamos, codependemos, comemos en exceso, nos escondemos, atacamos... La forma no viene al caso. Somos capaces de encontrar un montón de maneras diferentes de expresar hasta qué punto nos odiamos.
Pero sin duda lo expresaremos. La energía emocional tiene queir a alguna parte, y el autoaborrecimiento es una emoción poderosa. Si se vuelve hacia adentro, se convierte en nuestros infiernos personales: adicciones, obsesiones, compulsiones, depresión, relaciones violentas, enfermedades...
Proyectado hacia afuera, se convierte en nuestros infiernos colectivos: la violencia, la guerra, el crimen, la opresión... Pero todo es lo mismo: el infierno también tienen muchas mansiones.
Recuerdo, hace años, haber tenido una imagen mental que me asustó terriblemente. Veía a una niña, dulce e inocente, que llevaba un delantal blanco de organdí, acorralada contra la pared, gritando desesperadamente. Una mujer maligna e histérica le atravesaba repetidas veces el corazón con un cuchillo. Yo sospechaba que era ambos personajes, que los dos vivían como fuerzas psíquicas dentro de í. A medida que pasaban los años, iba sintiendo cada vez más miedo a aquella mujer del cuchillo. Era algo activo dentro de mí. Escapaba totalmente de mi control, y yo tenía la sensación de que quería matarme.
Cuando estaba más desesperada, busqué un montón de maneras de salir de mi infierno personal. Leí libros sobre la forma en que la mente crea nuestra experiencia, sobre cómo el cerebro es una especie de ordenador biológico que elabora cualquier información que introduzcamos en él con nuestros pensamientos. "Piensa en el éxito y lo alcanzarás ". " Si esperas fracasar lo conseguirás " , leía. Pero por más que me esforzaba en cambiar mis pensamientos, seguía volviendo a los que más me dolías. Se produjeron avances pasajeros: me esforzaba por tener una actitud más positiva, por recuperarme y conocer a otro hombre o conseguir un nuevo trabajo. Pero volvía siempre a la pauta familiar de traicionarme a mi misma. Finalmente me portaba de una manera odiosa con el hombre o saboteaba el trabajo. Perdía cinco kilos y los recuperaba rápidamente, aterrorizada por la sensación e parecer atractiva. Lo único que me asustaba más que no llamar la atención de los hombre era provocarla en exceso .El surco del sabotaje era profundo, y su funcionamiento automático . Es cierto que podía cambiar mis pensamiento , pero no de forma pe rmanente. Y no hay más que una variante de desesperación peor que " Cielos, metí la pata ", y es " Cielos, la volví a meter ".
Mis pensamiento dolorosos eran mis demonios, y los demonios son insidiosos. Por mediación de diversas técnicas terapéuticas, llegué a estar muy al tanto de mis propias neurosis, pero eso no necesariamente las exorcizaba. La basura no se iba; simplemente se refinaba. A veces le explicaba a alguien cuáles eran mis punto débiles, y usaba un lenguaje tan consciente que sin duda esa persona debía pensar que evidentemente yo me conocía muy bien y que jamás volvería a hacer aquello.
Pero sía que lo hacía. Reconocer mis debilidades no era más que una manera de desviar la atención. Y entonces perdía los estribos y me comportaba de una manera atroz y escándalos con tal rapidez y naturalidad que nadie, y yo menos que nadie, podía hacer nada para detenerme antes de haber arruinado por completo una situación. Decía exactamente las palabras que harían que mi pareja me abandonara, o me diera una bofetada, o las precisas para que me despidieran del trabajo, o algo peor. En aquel entonces jamás se me ocurrió pedir un milagro.
Aunque, en realidad, no habría sabido qué era un milagro, ya que los ponía en la categoría de la basura pseudo-místico-religiosa. No sabía, hasta que leí Un curso de milagros, que es razonable pedir un milagro. No sabía que no es más que un cambio en la manera de percibir.
Una vez estuve en una reunión de personas que seguían un programa de 12 Pasos y le pedían a Dios que las librara del deseo de beber. Yo nunca había tenido ningún comportamiento adictivo en particular. Lo que me estaba haciendo polvo no era el alcohol ni tampoco otros drogar; era mi personalidad en genera, esa mujer histérica que llevaba dentro. Para mí, mi negatividad era tan destructiva como el alcohol para el alcohólico. Cuando se trataba de encontrarme yo misma la yugular, era una artista. Era como si fuera adicta a mi propio dolor. ¿ Podía pedirle a Dios que me ayudara con aquello ? Se me ocurrió que, lo mismo que con cualquier otro comportamiento adictivo, quizás un poder mayor que yo misma podría cambiar completamente las cosas, algo que no habían podido hacer ni mi intelecto ni mi fuerza de voluntad. Entender lo que había sucedido cuando tenía tres años no había sido suficiente para liberarme. Los problemas que yo pensaba que finalmente desaparecerían, seguían empeorando año tras año.No había evolucionado emocionalmente tal como debería haberlo hecho, y lo sabía. Era como si hubiera habido un corto circuito en algún profundo lugar de mi cerebro. Como muchas otras personas de mi generación y mi cultura, había perdido el rumbo hacía muchos años y, en ciertos sentidos, simplemente nunca llegué a crecer. Hemos tenido la postadolescencia más larga de la historia. Como víctimas de una parálisis emocional, necesitamos retroceder unos pocos pasos para seguir avanzando. Necesitamos que alguien nos enseñe los elementos básicos.
En cuanto a mí, me metiera donde me metiera, siempre había pensado que podía arreglármelas sola para salir del lío. Era lo bastante guapa, o lo bastante lista, o tenía suficiente talento o inteligencia... y si nada de eso me servía, podía llamar a mi padre para pedirle dinero. Pero finalmente me metí en tantos líos que comprendía que necesitaba más ayuda de la que yo podía conseguir. En las reuniones de los programas de 12 Pasos seguía oyendo decir que un poder más grande que yo podía hacer por mí lo que yo no podía hacer sola. No me quedaba nada más que hacer ni nadie más a quien llamar. Finalmente, el miedo llegó a ser tan grande que ya no me sentí demasiado moderna para decir : " Dios, por favor, ayúdame " .
VOLVER AL AMORMARIANNE WILLIAMSON
Basado en los principios de
Un Curso de Milagros.
0 comentarios :
Publicar un comentario