Me crié en una familia judía de clase media, enriquecida con el toque mágico de un  padre excéntrico. En 1965, cuando yo tenía rece años, me llevó a Saigón para mostrarme cómo era la guerra. En ese momento la guerra de Vietnam comenzaba a acelerarse y él deseaba que yo viera los agujeros de las balas con mis propios ojos. No quería que el complejo militar - industrial me lavara el cerebros y me convenciera de que la guerra estaba bien.

Mi abuelo era muy religioso y a veces yo iba con él a la sinagoga los sábados por la mañana. Cuando se abría el arca durante el servicio, él se inclinaba, reverente, y empezaba a llorar. Yo también lloraba, pero no sabía si lo hacía por un incipiente fervor religioso o simplemente porque mi abuelo lloraba.
Cuando empecé la enseñanza secundaria, tuve mi primera clase de filosofía y decidí que Dios era una muleta que no necesitaba. ¿ Qué clase de Dios, me preguntaba, podía dejar morir de hambre a los niños, o que la gente enfermara de cáncer, o que sucediera el Holocausto ?  La fe inocente de una niña chocó de frente con el seudointelectualismo de una alumna de primer curso de bachillerato. Le escribí un carta a  " mi estimado señor Dios ". Mientras la escribía estaba deprimida, pero era algo que sentía que tenía que hacer, aunque ya me consideraba demasiado instruida para creer en Dios. 
En la universidad, mucho de lo que aprendí de los profesores no tenía decididamente nada que ver con el plan de estudios. Abandoné la carrera para cultivar verduras, pero  no recuerdo haber cultivado jamás ninguna. Hay muchas cosas de aquellos años que no puedo recordar. Como  muchísima gente en aquella época - al final de los sesenta y al principio de los setenta -, yo  era bastante descontrolada. Me  parecía que cada puerta que las normas convencionales marcaban con un  "no " ocultaba el secreto de algún placer lascivo que no podía perderme. Todo lo que pareciera escandaloso, quería hacerlo. Y generalmente lo hacía.
 No sabía que hacer con mi vida, aunque recuerdo que mis padres no dejaban de rogarme que hiciera "algo" . Iba de relación en relación, de trabajo en trabajo, de ciudad en ciudad, buscando algún sentimiento de identidad o algún propósito, alguna sensación de que finalmente mi vida tenía significado. Sabía que poseía talento, pero no sabía para qué. Sabía que era inteligente, pero estaba demasiado frenética para aplicar mi intelegencia a mis propias circunstancias. Me puse varias veces en terapia, pero no me influyó mucho. Me iba hundiendo cada vez más en mis propias pautas neuróticas, buscando alivio en la comida, en las drogas, en la gente o en cualquier cosa que pudiera encontrar para apartarme de mí misma. Siempre estaba tratando de hacer que en mi vida sucediera algo, pero no sucedía nada demasiado importante, a no ser el drama que yo creaba alrededor de las cosas que no sucedían. 
Durante aquellos años tuve una enorme roca de asco de í misma instalada en la boca del estómago, y aquello empeoraba con cada etapa que iba pasando. A medida que se intensificaba mi dolor, lo mismo pasaba con mi interés por la filosofía: oriental, occidental, académica, esotérica, Kierkegaaard, el I Ching, el existencialismo, la teología radical cristiana de la muerte de Dios, el budismo y otras. Siempre había percibido algún misterioso orden cósmico en las cosas, pero jamás había podido aplicarlo a mi propia vida.
Un día que estábamos sentados fumando marihuana, mi hermano me dijo que todo el mundo creía que yo era rara.
- Es como si tuvieras alguna especie de virus - me explicó.
Recuerdo haber pensado que en aquel momento iba a salir disparada de mi cuerpo. Sentí que no pertenecía a este mundo. Con frecuencia había tenido la sensación de que la vida era una especie de club  privado cuya contraseña habían dado a todo el mundo excepto a mí. Y aquel era uno de esos momento. Sentía que los demás conocían un secreto que yo no sabía, pero no quería preguntarle por él para que no supieran que no lo sabía.
A mis veintitantos años, estaba en una confusiòn  total. 
Creía que los demás también se moría por dentro, igual que yo, pero que no podían o no querían hablar de ello. Seguía pensando que había algo muy importante de lo que nadie hablaba. Tampoco yo tenía palabras para explicarlo, pero estaba segura de que en el mundo había algo fundamental que no funcionaba. ¿ Cómo era posible que todos pensaran que en ese juego estúpido de " triunfar en la vida " - que a mí en realidad me avergonzaba, y al que no sabía jugar - pudiera consistir todo el sentido del hecho de estar aquí ?
Un día del año 1977, en Nueva York,  vi en casa de alguien una serie de libros azules con letras doradas. Eché un vistazo a la introducción y leí:

" Este es un curso de milagros. Es un curso obligatorio.
Sólo el momento en que decides tomarlo es voluntario.
 Tener libre albedrío no quiere decir que tú mismo puedas 
establecer el plan de estudios.
 Significa únicamente que puedes elegir 
lo que quieres aprender en cualquier momento dado. 
Este curso no pretende enseñar el significado del amor,
 pues eso está más allá de lo que
se puede enseñar. 
Pretende, no obstante, despejar los obstáculos que
 impiden experimentar la presencia del amor,
 el cual es tu herencia natural. "

Recuerdo haber pensado que eso sonaba bastante misterioso, por no decir arrogante. Sin embargo, continué leyendo, y entonces me di cuenta de que la terminología de los libros era cristiana. Eso me puso nerviosa. Aunque en la escuela había estudiado teología cristiana, la había mantenido a una distancia  intelectual. Ahora sentía la amenaza de un significado más personal. Volví a dejar los libros sobre la mesa.
Fue necesario un año más para que volviera a ellos. . . 
Un año más , y un año más de sufrimiento. Entonces estuve lista.  Esa vez estaba tan deprimida que ni siquiera me fijé en el lenguaje. Esa vez supe inmediatamente que el Curso tenía algo muy importante que enseñarme. Usaba los términos cristianos tradicionales, pero en sentidos decididamente no tradicionales, no religiosos. Me impresionó, como le ocurre a la mayoría de la gente, la profunda autoridad de su voz. Me respondía preguntas que yo había empezado a considerar sin respuesta. Hablaba de Dios en una brillante terminología psicológica, poniendo a prueba mi inteligencia sin insultarla jamás. Suena un poco a frase hecha lo que voy a decir, pero me sentí como si hubiera llegado a buen puerto.
Parecía que el Curso tuviera un mensaje básico: " Relájate". Aquello me confundió, porque siempre había asociado relajación con resignación. Había esperado que alguien me explicara cómo librar la batalla, o que la librara por mí, y ahora este libro me sugería que renunciara por completo a la batalla.  Me quedé sorprendida, y al mismo  tiempo aliviada. Desde hacía mucho tiempo, sospechaba que yo no estaba hecha para el combate mundano.
Para mí, Un curso de milagros no fue simplemente una lectura más. Fue mi maestro personal, mi senda de salida del infierno. Cuando empecé a leerlo y a hacer los ejercicios que proponía, sentí casi inmediatamente que dentro de mí se producían cambios positivos. Me sentía feliz. Sentía que empezaba a calmarme. Comencé a entenderme a mí misma, a tener algún atisbo de por qué mis relaciones habían sido tan dolorosas, por qué nunca podía continuar con nada,  por qué aborrecía mi cuerpo. Y, lo más importante, comencé a tener cierta sensación de que podría cambiar. Al estudiar el Curso se desataron en mi interior enormes cantidades de energía y esperanza, de una energía que día tras día se había ido volviendo más y más autodestructiva.
El Curso, distribuido en tres libros, es un programa autodidáctico de psicoterapia espiritual , y no pretende tener el  monopolio de Dios. Habla de temas espirituales universales. No hay más que una única verdad, expresada de diferentes maneras, y el Curso sólo es una de las muchas sendas que conducen a la verdad. Sin embargo, si es la tuya, lo sabrás.  Para mí, fue una experiencia decisiva, intelectual, emocional y psicológicamente. Me liberó de un terrible dolor emocional.
Yo deseaba aquella " conciencia de la presencia del amor " de la que me había hablado, y durante los cinco años siguiente me dediqué apasionadamente a estudiar el Curso. En 1983 empecé a compartir lo que interpretaba  de mis lecturas del Curso con un pequeño grupo de personas en Los Ángeles. El grupo empezó a crecer. Desde entonces, el auditorio de mis conferencias ha ido en aumento, tanto en los Estados Unidos como en el extranjero. He tenido la oportunidad de constatar la importancia que tiene  este material para personas del mundo entero.
Volver al amor se basa en lo que he aprendido en Un Curso de milagros. En este libro hablo de algunos de sus principios básicos tal como yo los entiendo, y los relaciono con los problemas con que nos solemos encontrar todos en nuestra vida cotidiana respuesta a las dificultades que afrontamos. ¿ De qué manera puede ser el amor  una sola práctica ? Este libros está concebido para que constituya una guía de la milagrosa aplicación del amor como un bálsamo para todas las heridas. Ya sea que nuestro dolor psíquico se dé en el ámbito de las relaciones de la salud, del trabajo o en cualquier otro dominio, el amor es una fuerza poderosa, la curación, la Respuesta. 
Los norteamericanos no nos lucimos mucho en filosofía, pero sí en acción, una vez que entendemos la razón para actuar.  A medida que empecemos a comprender con mayor profundidad por qué el amor es un elemento tan necesario para sanar al mundo, se producirá un cambio interior y exterior en la forma en que vivimos.
Ruego para que este libro pueda ayudar a alguien. Lo he escrito con el corazón abierto, y espero que lo leáis con la mente abierta.

MARIANNE WILLIAMSON
Los Ángeles, California.